¿El Año Nuevo
significa nueva vida?
Nildo Viana
Fin de año. En medio de las fiestas de Navidad y Año Nuevo
surge la expectativa del reanudamiento y del cambio. Los cartones, astrólogos,
entre otros, son consultados por los medios de comunicación y por la población
para saber cómo será el año que está llegando. Las personas desean feliz Año
Nuevo unas para otras. Todo final de año está marcado por esa expectativa de
que el año que se iniciará será mejor. Pero de dónde viene esa expectativa y
esas predicciones? ¿Cuál es la base real de esa expectativa? ¿Qué significa el
paso de un año a otro? Tales cuestiones son raramente colocadas, pues las
personas difícilmente cuestionan el aire que respiran, y esto vale para el “aire
cultural”, es decir, el mundo de las tradiciones y concepciones que permean la
vida cotidiana.
Las expectativas son producto del deseo de una vida mejor,
de un futuro más feliz. El origen de estas expectativas está en dos elementos:
descontento y deseo. El descontento con la vida actual (en su totalidad o en
varios de sus aspectos, que, en el caso de la sociedad moderna, remiten a la
vida profesional, afectiva, financiera, política) trae el deseo del cambio, la
esperanza de que días mejores llegar, sueños se realizarán.
El descontento y el deseo crean la expectativa y la creencia
en el cambio, así como una pseudestesia (falsa sensación) colectiva de
renovación. Las previsiones de las personas no poseen, en la mayoría de los
casos, una base concreta. Esto hace de las predicciones místicas un fuerte
atractivo, pues refuerzan la esperanza y creencia en el cambio.
La mayoría percibe ese proceso como individual: descontento,
objeto del deseo, expectativa, creencia en cambios para el individuo. Aunque
pueden ocurrir cambios individuales, son limitados si no se producen cambios
sociales. De ahí el eterno descontento y deseo de cambio, pues, incluso
aquellos que suben un escalón en el ascenso social, enriquecen y realizan
deseos que, en el fondo, no significan realización personal, ya que ellos continúan
presos en una sociedad mercantil, burocrática y competitiva, continúan
sintiendo el descontento y la necesidad de un nuevo cambio. El cambio en el
sentido colectivo era más común en sociedades “primitivas”, no marcadas por el
individualismo y la competencia, aunque no fue abolida, sino sólo marginada, en
la sociedad moderna.
Sin embargo, el paso al Año Nuevo no significa ningún cambio
en sí. El año es un período de tiempo construido a través de un proceso
clasificatorio, utilizando como criterio el tiempo que el planeta Tierra gasta
para dar la vuelta alrededor del Sol. En el mundo contemporáneo, es lo que se llama
“año solar”, cuyo origen, es egipcia. Lo que ocurre es un movimiento físico de
un planeta alrededor de una estrella, marcando cierto período de tiempo. Este
período de tiempo también expresa cambios biológicos en los seres vivos, entre
otros, pero no presentando ningún salto o cambio radical.
La expectativa de cambio que ocurre en este período del año
se dirige hacia la esfera de las relaciones sociales, que no sufren ninguna
gran influencia de este movimiento físico que sirve de criterio clasificatorio
para la duración del año. Además, la demarcación de cuándo es el fin del año e
inicio del siguiente es arbitraria, un producto social. Podría ser, en vez del
día 1 de enero, en agosto, desde que el calendario hubiera sido producido de
otra forma, con otra marcación de las fechas. Y era así, por ejemplo, en el
antiguo Egipto, donde el año comenzaba el 19 de julio. En otros casos, el inicio
del año ocurre en otras fechas, tal como marzo, septiembre, diciembre. Esto sin
hablar de los calendarios en los que el año tiene más de 12 meses.
Algunos cambios superficiales refuerzan esa pseudestesia
colectiva de renovación. Como varias relaciones sociales se organizan a partir
de la demarcación temporal del calendario anual, esto refuerza la percepción de
un cambio. El calendario escolar, por ejemplo, se organiza principalmente de
forma anual, lo que significa que el individuo está en la expectativa de
encontrar nuevas personas, vivir nuevas relaciones. Aunque es un calendario
semestral, la sensación de renovación ocurre, reforzada por el clima general
anunciado por el Año Nuevo y bastante amplificada por los medios de
comunicación, el misticismo y las religiones. En el Año Nuevo también hay el
reanudamiento del campeonato de fútbol y otras competiciones deportivas, las
promesas de nuevos programas en la TV y algunos cambios que, en el fondo, nada
cambian o cambian superficialmente, o localizadamente, alcanzando sólo a
algunos individuos o grupos sociales, que es poco más que el cambio individual
arriba aludido. Por lo tanto, no hay cambio en la totalidad de las relaciones
sociales. En algunos casos individuales, los cambios son un poco más profundos,
al igual que para el que pasó en el ingreso o acertó un nuevo contrato de trabajo.
En lo que se refiere a las relaciones sociales, los cambios
no caen del cielo, ni ocurre ningún acontecimiento mágico el 1 de enero que
provoque cualquier alteración que no sea un proceso de continuidad con respecto
al anterior año (s). La segunda guerra mundial, desencadenada en 1939, no nació
este año, pues fue producto de un largo proceso histórico que generó su razón
de ser y existencia. Así, si alguien quiere acontecimientos nuevos al año
siguiente, tiene que percibir que existe un proceso que trae un conjunto de
tendencias y que la pura voluntad, la fe o el misticismo nada podrán hacer en
ese sentido, ya que son las acciones anteriores que van a promover los posibles
cambios. Aunque la voluntad y la fe son elementos que pueden influir en los
acontecimientos, la preparación y la acción presente son más importantes para
cambiar el futuro. Esto no tiene nada que ver con el paso al Año Nuevo. Un día
mágico en el que las cosas cambian sin ninguna acción en ese sentido es
imposible. La ruptura entre el presente y el futuro no ocurre, pues el futuro
es construido en el presente, cargando las influencias del pasado, incluso la
ruptura. Nada ocurrirá el año que viene que ya no esté preparado, o en forma
embrionaria, este año y en los años anteriores. Por lo tanto, desear feliz Año
Nuevo es algo vacío si no hemos hecho nada para que el futuro sea mejor. La
mejor forma de desear un feliz Año Nuevo es hacer algo en el presente para que
esto se concretice en el futuro.